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11/23/2006

PREPARANDO LA TIERRA, PARA LAS NUEVAS SEMILLAS



EL SENDERO DE LA VENERACION

En todo ser humano duermen facultades que le permiten alcanzar conocimientos de tres mundos superiores. Las personas espirituales siempre han hablado de un mundo anímico y de un mundo espiritual, tan reales para ellos como el que ven nuestros ojos físicos y tocan nuestras manos. Al escucharlos uno puede pensar que estas experiencias también puede tenerlas si desarrolla ciertas fuerzas que hasta ahora aún duermen en uno mismo. El problema consiste en saber qué debe hacerse para desarrollar estas facultades latentes.Para ello, sólo pueden dar las instrucciones quienes ya poseen tales fuerzas actualizadas. Desde que existe el género humano ha existido siempre una enseñanza mediante la cual los seres humanos dotados de facultades superiores han dado sus indicaciones a quienes aspiraban a tenerlas. Esta enseñanza se ha denominado enseñanza oculta, y la instrucción recibida ha sido llamada instrucción de la ciencia oculta. Tal denominación provoca, por su naturaleza, malentendidos: podría uno sentirse tentado a creer que los que se dedican a esta enseñanza pretenden aparecer como una clase de seres privilegiados, que arbitrariamente rehúsan comunicar su saber a sus semejantes; quizá se llegue a pensar que tras de ese saber no hay nada importante, pues uno podría pensar que si se tratara de un auténtico conocimiento no habría necesidad de ocultarlo como un misterio, sino, al contrario, se podría publicar para que la humanidad entera recibiese sus beneficios.Los iniciados en la naturaleza de la sabiduría oculta, de ninguna manera se asombran de que los no iniciados piensen así, pues sólo pueden comprender en qué consiste el misterio de la iniciación quienes, hasta cierto grado, hayan recibido la iniciación en los misterios superiores de la existencia. Ahora puede surgir la pregunta: si esto es así, ¿cómo puede el no iniciado tomar interés humano alguno en la así llamada ciencia oculta? ¿Cómo y por qué habría de buscar algo de cuya naturaleza no puede formarse ninguna idea? Semejante pregunta se basa en una idea enteramente errónea de la verdadera naturaleza del conocimiento oculto, pues en realidad el caso de la ciencia oculta no es otro que el de todos los demás conocimientos y capacidades de la humanidad.Este saber oculto no es para la persona común un misterio que tenga otra razón de ser como lo que es el saber escribir para quien no lo ha aprendido. Y así como cualquier persona puede aprender a escribir, si emplea los métodos adecuados, así también todo ser humano puede llegar a ser discípulo, y hasta maestro de la ciencia oculta, si busca los caminos apropiados.Sólo en un aspecto difieren aquí las condiciones que deben cumplirse del saber y de las capacidades exteriores: puede que alguien, por su pobreza material o por las condiciones culturales del ambiente en que nació, no tenga la posibilidad de aprender a escribir; en cambio, para la adquisición del saber y de las facultades de los mundos superiores, no hay obstáculo que se oponga a quien los busque sinceramente.Muchos creen que es necesario buscar en un lugar determinado a los maestros del conocimiento superior para recibir sus instrucciones. Al respecto, dos cosas son ciertas; la primera es que quien aspire seriamente al saber superior no escatimará esfuerzo alguno ni retrocederá ante ningún obstáculo para encontrar al iniciado que le inicie en los misterios superiores del Universo. Por otra parte, el discípulo puede estar seguro de que la iniciación llegará a él de todos modos, si tiene efectivamente el afán serio y sincero de alcanzar el conocimiento.Existe una ley natural entre todos los iniciados que les impone no denegar a nadie el conocimiento que le corresponda merecidamente. Pero hay otra ley, tan natural como la primera, que establece que a nadie se le debe entregar la menor parte del conocimiento oculto, si carece de méritos para recibirlo. Y el iniciado es tanto más perfecto cuanto más estrictamente observe estas dos leyes.El lazo espiritual que une a todos los iniciados no pertenece al mundo exterior, pero esas dos leyes constituyen los broches que mantienen unidas las partes de ese enlazamiento. Podrías vivir en íntima amistad con un iniciado, pero siempre quedarías espiritualmente separado de su ser esencial hasta que te convirtieras también en iniciado; podrías poseer todo su corazón y afecto, pero no te confiaría sus conocimientos secretos hasta que estuvieses maduro para recibirlos. Podrías congraciarte con él, torturarle; nada le inducirá a revelarte cosa alguna cuando él sabe que no te lo debe decir porque tu grado de evolución no te permite acoger en el alma, como es debido, este secreto. Minuciosamente precisados se hallan los caminos que el hombre debe recorrer para adquirir la madurez que le permita recibir el conocimiento superior. El derrotero que ha de seguir ha sido trazado con escritura indeleble, eterna, en los mundos espirituales, donde los iniciados guardan los secretos superiores. En los tiempos antiguos que precedieron a nuestra "historia", los templos del Espíritu eran físicamente visibles. En nuestros días, por haberse distanciado tanto nuestra vida de lo espiritual, estos templos no existen en el mundo perceptible al ojo físico, si bien existen por doquiera espiritualmente, y aquel que los busque podrá encontrarlos.Sólo en su propia alma hallará el ser humano los medios para que se le abran los labios de un iniciado; debe desarrollar en sí mismo determinadas cualidades hasta cierto grado de elevación, para poder participar de los sublimes tesoros del espíritu

EL SENTIMIENTO

Lo que puede alcanzarse por la devoción se vuelve aún más efectivo si otro sentimiento la acompaña. Este consiste en que el discípulo aprenda a entregarse cada vez menos a las impresiones del mundo exterior y a desarrollar, en cambio, una vida interior activa. El que se apresura por tener nuevas impresiones exteriores y busca siempre la "distracción", no encontrará el camino de la ciencia oculta. El discípulo no deberá insensibilizarse a las impresiones del mundo externo, sino que lo profundo de su vida interior le indicará la dirección en que puede entregarse a estas impresiones. La persona de íntimos sentimientos y ánimo profundo, experimenta de una manera distinta de la de la persona insensible el paseo por una hermosa región montañosa. Sólo nuestras experiencias internas nos develan las bellezas del mundo externo. Por ejemplo, alguien hace un viaje por mar y pocas experiencias internas enriquecen su alma; en cambio, otro percibirá el lenguaje eterno del Espíritu cósmico; a él se le revelan los misterios de la creación.Debemos haber aprendido a vivir íntimamente con nuestros propios sentimientos y representaciones para poder establecer relaciones substanciales con el mundo externo. El mundo circundante nos habla de la majestad divina en todos sus fenómenos, pero es necesario haber experimentado lo divino en la propia alma, para descubrirlo en el mundo que nos rodea. El discípulo deberá reservar momentos de su vida para entrar en sí mismo con quietud y en soledad, pero no para abandonarse a los asuntos de su propio yo, pues esto produciría efectos contrarios a los deseados, sino para volver a sentir en su alma, con toda quietud, lo experimentado en el mundo exterior. Las flores, los animales y cada una de sus propias acciones, le revelarán en tales instantes secretos jamás imaginados. Así se preparará para recibir con otros ojos nuevas impresiones del mundo exterior.Quien sólo quiere gozar múltiples sensaciones, insensibiliza su facultad de conocer. En cambio, si después del goce permite que éste le revele algo, cultivará y educará su facultad de conocer. Con este objeto, deberá acostumbrarse, no precisamente a vivir con el simple reflejo del goce, sino renunciando a nuevos goces, transmutar lo experimentado en el goce mediante la concentración interior.Aquí deberá el discípulo sortear un grave y peligroso escollo, puesto que, en vez de trabajar realmente sobre sí mismo, puede caer en la actitud contraria de querer agotar el goce. No hay que desestimar las inmensas fuentes de error que se abren aquí para el discípulo, pues debe buscar su camino por entre múltiples seductores de su alma. Todos ellos quieren endurecer su "Yo"; aprisionarlo en sí mismo; él, por el contrario, debe abrirlo al mundo.Sin duda, él tiene que buscar el goce, puesto que sólo por su medio puede acercársele el mundo exterior. Si el discípulo se insensibiliza al goce, se parecería a una planta imposibilitada para extraer de la tierra las substancias nutritivas. Pero, si se detiene en el goce, se encierra dentro de sí: significará algo para sí mismo y nada para el mundo. Por intensos que sean entonces su vida para sí mismo y el cultivo de su "Yo", el mundo lo rechaza; él está muerto para éste.El verdadero discípulo considera el goce sólo como Instrumento de perfeccionarse para bien del mundo. El goce es para él como un mensajero que le informa respecto del mundo, pero después de haber recibido la enseñanza del goce, sigue adelante a realizar su trabajo. Aprende, no para acumular conocimientos como un tesoro personal, sino para emplear lo aprendido al servicio del mundo.En toda ciencia oculta existe un principio que nadie debe transgredir si quiere alcanzar un determinado objetivo, y toda enseñanza oculta lo debe grabar en el ánimo del discípulo. Este principio dice así: Todo conocimiento que busques meramente para aumentar tu propio saber y para acumular tesoros personales, te desviará del sendero; pero todo conocimiento que busques para madurar en el empeño del ennoblecimiento humano y de la evolución del mundo, te hará progresar un paso más.Esta ley exige una observancia inexorable. Nadie puede considerarse discípulo de la ciencia oculta, sin haber hecho de esta ley la norma de su vida. Brevemente puede resumirse esta verdad de la enseñanza espiritual como sigue: Toda idea que para ti no se convierta en ideal, apaga una fuerza en tu alma; toda idea, en cambio, que se convierte en ideal, crea en tu ser fuerzas vitales.

QUIETUD INTERIOR

Al comenzar sus estudios, el discípulo se ve conducido hacia el sendero de la veneración y el desarrollo de la vida interior. La ciencia espiritual le ofrece, además, reglas prácticas cuya observación le permite entrar en el sendero y desarrollar la vida interior. Estas reglas prácticas no son arbitrarias, sino que se fundamentan en experiencias y en una sabiduría antiquísimas. Se imparten por igual dondequiera que se señalen los caminos hacia el conocimiento superior.Todos los verdaderos maestros de la vida espiritual están de acuerdo sobre el contenido de estas reglas, aunque se sirvan a veces de términos diferentes. La disparidad, secundaria y más bien aparente, se debe a hechos de los que no hace falta que nos ocupemos aquí.Ningún maestro de la vida espiritual pretende, mediante tales reglas, ejercer dominio sobre otras personas, ni menoscabar su independencia, pues nadie sabe estimar y salvaguardar mejor la independencia humana que los investigadores de la ciencia oculta. Ya hemos dicho que es espiritual el vínculo que une a todos los iniciados, y qué dos leyes naturales constituyen los broches que mantienen unidas las partes de este enlazamiento. Mas cuando el iniciado se sale de su delimitado ámbito espiritual para obrar públicamente, tiene que observar una tercera ley, que es la siguiente: Ajusta cada uno de tus actos, cada una de tus palabras, de manera que no coartes la libertad de obrar a persona alguna.Quien haya comprendido que el verdadero instructor de la vida espiritual respeta profundamente este principio, sabrá también que su independencia no sufrirá menoscabo al seguir las reglas prácticas que se le ofrezcan.Una de las primeras reglas es la que puede expresarse aproximadamente en los siguientes términos del lenguaje corriente: “Procura reservarte momentos de quietud interior y aprende entonces a discernir lo esencial de lo sencundario”. Decimos que es así como puede expresarse esta regla práctica en "términos del lenguaje corriente", pues originariamente, todas las reglas y enseñanzas de la ciencia espiritual se daban por medio de un lenguaje de signos simbólicos, y quien desee llegar a conocer esas reglas en todo su significado y alcance, deberá previamente comprender dicho lenguaje simbólico. Esta comprensión requiere que se hayan dado los primeros pasos en la ciencia oculta, y estos pasos pueden darse mediante la estricta observancia de las reglas que aquí se explican. El camino está abierto para todo aquel que posea una voluntad sincera.Sencilla es la regla que concierne a los momentos de quietud interior y sencilla es también su observancia. Mas, con ser sencilla, sólo conduce a su objetivo si se cumple con seriedad y rigor. Por esta razón vamos a explicar cómo debe observarse.El discípulo deberá apartarse, por unos momentos, del curso de su vida cotidiana, a fin de ocuparse de algo totalmente distinto de sus habituales ocupaciones. También la naturaleza de su actividad deberá ser enteramente distinta de las tareas que llenan las demás horas del día. Esto no debe interpretarse como si lo que haga en esos momentos de aislamiento no tuviese nada que ver con el contenido de su trabajo diario; al contrario, el ser humano que se dedique a buscarlos en forma apropiada no tardará en descubrir que, gracias a ellos, adquiere la plena fuerza necesaria para sus quehaceres corrientes. Tampoco hay que pensar que la observancia de esta regla realmente pueda restar el tiempo que se necesita para cumplir con sus deberes: basta con que sean cinco minutos al día, si alguien realmente no dispone de más tiempo. Lo importante es cómo se empleen estos cinco minutos.Durante ese intervalo, el discípulo deberá desligarse porcompleto de su vida habitual; sus pensamientos y sus sentimientos habrán de tener matices distintos de lo que comúnmente tienen; deberá hacer desfilar ante su alma sus placeres, dolores, preocupaciones y acciones, de tal modo que todo lo experimentado lo contemple desde un punto de vista más elevado.Para comprender de que se trata, pensemos cuan distintas a las propias se nos presentan en la vida corriente las experiencias y acciones de los demás. No podría ser de otro modo, pues con nuestro ser nos hallamos entretejidos en todo lo que experimentamos o hacemos, en tanto que simplemente observamos lo que experimentan o hacen los demás. Lo que debe perseguirse en los momentos escogidos es contemplar y juzgar nuestras propias experiencias y acciones como si hubiesen sido tenidas o ejecutadas, no por nosotros, sino por otra persona. Tomemos, por ejemplo, el caso de que alguien haya sufrido un grave golpe del destino: ¡cuan distinto lo considerará de otro infortunio igual que haya tocado a su prójimo! Nadie podría juzgarle de injusto, pues esto es propio de la naturaleza humana. Algo parecido a lo que ocurre en tales casos extraordinarios, puede decirse también de lo que acontece en la vida corriente. El discípulo debe tratar de adquirir la fuerza de situarse, en ciertos momentos, enfrente de sí mismo, como si fuera un extraño; observarse a sí mismo con la quietud interior de un juez imparcial. Si lo logra, las experiencias personales se le aparecerán bajo una nueva luz.Mientras las experimente enlazado y unido con ellas, estará tan vinculado a lo sencundario como a lo esencial. Pero si llega a quietud interior de la visión de conjunto, lo esencial va a distinguirse de lo secundario. El disgusto y la alegría, todo pensamiento y toda decisión, se nos presentan distintos si, de esta manera, nos enfrentamos con nosotros mismos.Es como si hubiéramos pasado un día por un lugar donde lo más pequeño se divisa tan cercano como lo más grande y, al declinar la tarde, ascendiéramos a una colina vecina para abarcar con una sola mirada todo el conjunto; entonces las proporciones recíprocas de todas las partes nos parecerían distintas de como las veíamos al encontrarnos en ese lugar. No es posible ni necesario llegar a semejante actitud frente a lo que el destino nos depara en el presente, pero con lo sucedido en el pasado el discípulo de la vida espiritual debe esforzarse por lograrlo. El valor de la tranquila contemplación de la propia interioridad no depende tanto de qué es lo que uno perciba, sino de saber despertar en sí mismo la fuerza para desarrollar la quietud interior.

LA VIDA SUPERIOR

Cada ser humano, al lado de lo que podríamos llamar el “hombre rutinario", lleva en su interior un ser superior, que permanece oculto hasta que llegue a ser despertado; pero solamente uno mismo puede despertar este ser superior dentro de sí. En tanto esto no se logre, permanecen ocultas las facultades superiores que duermen en todo ser humano y que conducen al conocimiento suprasensible.Mientras el discípulo no perciba en sí el fruto de la quietud interior, habrá de decirse que ha de perseverar en la severa y estricta observancia de la referida regla. Para toda persona que así proceda, llegará el día en que le circundará la luz espiritual y en el que mediante un ojo antes desconocido, verá abrirse un mundo enteramente nuevo.Nada ha de cambiar en la vida exterior del discípulo por el hecho de comenzar a observar esta regla. Cumplirá sus deberes como antes, soportará las mismas penas y experimentará los mismos placeres. De ninguna manera quedará enajenado de la "vida"; por el contrario, durante las demás horas del día podrá dedicarse más intensamente a esta "vida", porque en sus instantes escogidos adquiere una "vida superior".Poco a poco, esta "vida superior" ejercerá su influencia sobre la existencia ordinaria; la quietud de los momentos escogidos ejercerá su efecto también sobre las ocupaciones cotidianas. El ser humano entero se tornará más sosegado; adquirirá más firmeza en todas sus acciones y ya no perderá su serenidad por toda clase de incidentes. Paulatinamente, el discípulo principiante llegará a tomar él mismo la dirección de su existencia, en vez de dejarse guiar por las circunstancias y las influencias externas.Pronto notara qué fuente de vigor representan para él esos instantes de aislamiento; comenzará a no enojarse por cosas que antes le irritaban; innumerables eventos que antes le aterrorizaban, dejarán de causarle temor; adquirirá una concepción de la vida enteramente nueva. Antes, se sentía tal vez temeroso al emprender tal o cual tarea y se decía: "Mis fuerzas no bastarán para cumplir ese trabajo como yo quisiera hacerlo"; pero ahora ya no le sobrevendrá este pensamiento, sino otro muy distinto: "Reuniré todas mis fuerzas para cumplir esta tarea lo mejor que me sea posible".Reprimirá todo pensamiento que pudiera hacerle temeroso, porque sabe que precisamente la timidez podría ser la causa de un mal trabajo y que, en todo caso, no le ayudaría a desempeñar mejor sus quehaceres. Así, en la concepción de la vida del discípulo, se incorporan sucesivamente pensamientos fecundos y provechosos, en sustitución de los que anteriormente le estorbaban y debilitaban. El discípulo comienza a conducir su nave a través de las olas de la vida con rumbo seguro y firme, en vez de ser echada de un lado a otro como un juguete de estas olas.Esta calma y esta firmeza repercuten también en todo elser del hombre y favorecen el crecimiento de su interioridad, y con ello se acrecientan las facultades interiores que conducen al conocimiento superior. Gracias a sus progresos en esta dirección, el discípulo llegará, poco a poco, al punto de poder determinar por sí mismo en qué forma las impresiones del mundo circundante deben ejercer sus efectos sobre él.Por ejemplo, oye una palabra con la cual otra persona trata de ofenderle o irritarle. Antes de su discipulado seguramente habría cedido a tal agresión; pero ahora que ha entrado en el sendero, es capaz de arrancar a la palabra el aguijón hiriente o irritante antes de que penetre en su interior. Tomemos otro ejemplo: una persona se impacienta fácilmente cuando tiene que esperar. Entra en el sendero del discipulado, y en sus instantes de quietud se compenetra del sentimiento de la inutilidad de mucha impaciencia, hasta tal grado que, en adelante, este sentimiento se le hará presente cada vez que llegue a experimentar la impaciencia, y ésta que amenazaba apoderarse de él, desaparece, y el tiempo que hubiera malgastado posesionado de los sentimientos de impaciencia, será aprovechado quizás por una observación útil que puede hacerse durante la espera.Hay que tener presente el alcance de todo lo expuesto, teniendo en cuenta que en el ser humano el "hombre superior" está en constante evolución; pero que sólo la calma y la firmeza descritas hacen posible el desarrollo ordenado. Los vaivenes" de la vida exterior cohíben por todos lados el ser interior del ser humano, si él no domina esa vida, sino que se deja dominar por ella. En tal situación, el ser humano es como una planta que creciera entre las grietas de una roca y que no podría desarrollarse si no se le diera más espacio.Para el ser interior del hombre no existen fuerzas externas que puedan darle este espacio; sólo puede dárselo la quietud interior que él mismo proporciona a su alma. Las circunstancias exteriores tan sólo pueden cambiar su situación exterior, jamás despertar al "hombre espiritual". Es en sí mismo donde el discípulo debe engendrar un ser nuevo, un hombre superior. Este "hombre superior" se convierte entonces en el "soberano" en el alma, que con mano segura dirige las condiciones de su vida exterior. En tanto que sea el hombre de la vida exterior quien domina y dirige, el ser "interior" es su esclavo y, por consiguiente, no puede desenvolver sus fuerzas.Mientras dependa de algo ajeno de mí el que me enoje o no, no soy dueño de mi mismo o, dicho mejor aún, no he encontrado todavía al soberano en el alma. Tengo que desarrollar la facultad de que las impresiones del mundo exterior no me afecten sino de la manera que yo mismo determine; sólo entonces me habré convertido en discípulo de la ciencia oculta.Únicamente en la medida en que verdaderamente trate de desarrollar esa fuerza, el discípulo podrá llegar a su meta; no importa el progreso que realice en un tiempo dado, sino que él busque seriamente su desarrollo. Muchos se han esforzado durante años enteros sin notar progresos apreciables; pero quienes no desesperaron, sino que permanecieron inquebrantables, súbitamente alcanzaron la "victoria interior.Sin duda, en muchas situaciones de la vida es necesario un gran esfuerzo para fijarse esos instantes de quietud interior, pero cuanto mayor sea este esfuerzo, tanto más importante será el resultado obtenido. En el discipulado todo depende de la energía, de la veracidad interior y de la absoluta sinceridad con que uno pueda situarse frente a sí mismo con todas sus acciones, como si se tratara de algún extraño.

LA VIDA DEL ALMA

Pero este nacimiento del propio ser superior representa solamente un aspecto del esfuerzo interior; es necesario dar otro paso más. Aunque el hombre practique el situarse frente a sí mismo como si fuera otra persona, no deja de observarse solamente a sí mismo: contempla las experiencias y acciones con las que se halla estrechamente unido por las condiciones peculiares de su vida. Pero él debe elevarse sobre este nivel, a lo puramente humano, que nada tiene que ver con su situación particular; pasar a la contemplación de aquello que le afectaría como ser humano, aunque viviera en circunstancias y en una situación enteramente distintas. De esta manera suscita en sí mismo algo que se eleva sobre lo puramente personal, y le hace dirigir la mirada hacia mundos más elevados que aquellos con que le relaciona la vida cotidiana. El hombre comienza así a sentir y a darse cuenta de que pertenece a tales mundos superiores, acerca de los que nada pueden enseñarles sus sentidos ni sus ocupaciones cotidianas, y de este modo va trasladando a su interior el centro de su ser.Presta atención a las voces internas que le hablan en los momentos de quietud; se halla en íntima comunión con el mundo espiritual; se ha apartado de la vida cotidiana; cesan los ruidos de esa vida, y el silencio reina en torno suyo; rechaza todo lo que le hace recordar las impresiones del mundo externo. La calma interna de la contemplación y el diálogo con el mundo puramente espiritual llenan toda su alma.Esta contemplación en quietud debe convertirse en necesidad natural de la vida del discípulo. Al principio, se halla sumergido en un mundo de pensamientos, pero tiene que desarrollar un vivo sentimiento para esta tranquila actividad pensante; debe aprender a amar lo que el Espíritu hace fluir en su ser. Pronto dejará de considerar este mundo de sus pensamientos como menos real que las cosas de la vida cotidiana que le rodean; comienza a vivir con sus pensamientos como lo hace con los objetos del espacio.Y así se le acerca el momento en que empieza a sentir que lo que se le revela en el íntimo trabajo del pensamiento es algo mucho más elevado, más real que las cosas materiales del espacio; se percata de queden este mundo del pensamiento hay algo que posee vida; comprende que los pensamientos no son simples imágenes vanas, sino que, a través de ellos, le hablan entidades ocultas.Desde el silencio, empieza a escuchar algo como un lenguaje. Antes, percibía sonidos mediante su oído físico solamente, ahora resuenan en su alma. Se le ha revelado un lenguaje, un verbo interior. El discípulo experimenta la mayor felicidad cuando vive por vez primera este instante. Una luz que emana de lo íntimo de su ser se derrama sobre todo su mundo exterior; una segunda existencia comienza para él; le inunda la corriente de un sublime mundo divino.Esta vida del alma en el pensamiento, que se va ampliando hasta convertirse en una vida de esencialidad espiritual, se llama en la gnosis y en la ciencia espiritual meditación -reflexión contemplativa. Esta meditación es el medio para adquirir el conocimiento suprasensible. Mas en tales momentos el discípulo no debe abandonarse al goce de sentimientos ni tener en su alma emociones indefinidas, lo que le impediría alcanzar el verdadero conocimiento espiritual. Sus pensamientos deben adquirir perfiles claros, concisos, bien definidos.En este esfuerzo encontrará apoyo si no se abandona ciegamente a los pensamientos que se le ocurran; más bien, deberá compenetrarse de los pensamientos elevados que hombres evolucionados, y ya sumergidos en el Espíritu, han concebido en tales momentos. Deberá tomar como punto de partida los escritos que tienen su origen en semejante revelación obtenida por la meditación. Los encontrará en la literatura mística, gnóstica, o en la de la ciencia espiritual moderna. También en el espacio virtual de esta página Web. Aquí se ofrece al discípulo material para su meditación. Los propios investigadores del Espíritu han depositado en tales espacios los pensamientos de la ciencia divina; el Espíritu los ha dado a conocer al mundo por medio de sus mensajeros.Mediante estas meditaciones se produce una total transformación del discípulo. Comienza a formarse conceptos enteramente nuevos acerca de la realidad; todas las cosas adquieren para él un valor nuevo. Nunca se acentúa lo suficiente que esta transformación no convertirá al discípulo en apartado de la realidad: de ninguna manera lo alejará de sus deberes cotidianos, pues comprenderá que la acción más insignificante que tenga que cumplir, la experiencia de menor importancia que se le ofrezca, guardan relación con las grandes entidades cósmicas y los acontecimientos universales. Cuando, por medio de sus instantes de contemplación, haya llegado a ver claramente dicha relación, se dedicará a sus ocupaciones diarias con nuevas y mayores fuerzas, porque ahora sabe que su trabajo y sus sufrimientos los realiza y los sufre por la vasta relación cósmico/espiritual. Fuerza para la vida y no indiferencia es lo que nace de la meditación.La vida del discípulo se desarrolla a pasos seguros; él se mantiene erguido sea cual fuere lo que la vida le depare. Antes ignoraba por qué trabajaba o sufría; ahora sí lo sabe. Es obvio que este trabajo meditativo conduce más seguramente a la meta si se practica bajo la guía de personas experimentadas, quienes por sí mismas saben cómo se debe proceder mejor. Escúchese, pues, el consejo y las instrucciones de semejantes personas con lo que realmente no se pierde la libertad de actuar. Lo que, de otra manera, no sería más que andar a tientas, se convierte bajo tal dirección en un trabajo preciso.Quien acuda a personas que tengan conocimiento y experiencia en este dominio, nunca tocará en vano a su puerta. Debe tener presente, sin embargo, que busca solamente el consejo de un amigo y no la superioridad de alguien que quiera dominarlo. Siempre se comprobará que los que verdaderamente saben son los hombres más modestos, y que nada es más ajeno a su naturaleza que la llamada ambición de poder.Quien, por medio de la meditación, se eleva a lo que le une con el Espíritu, comienza a dar vida a lo que es eterno en él y que no está delimitado por el nacimiento y la muerte. Sólo puede dudar de tal ser eterno el que no lo conoce por experiencia propia. La meditación es el camino que conduce al hombre al conocimiento, que incluye la visión del núcleo de su ser eterno e indestructible; y sólo mediante la meditación puede el hombre llegar a esta visión.La gnosis y la ciencia espiritual hablan de lo eterno de este núcleo del ser humano y de su reencarnación. Muchas veces se pregunta: ¿por qué el hombre no sabe nada de lo experimentado más allá del nacimiento y de la muerte? No es así como debiera formularse la pregunta, sino: ¿Cómo se puede adquirir tal conocimiento? En la meditación adecuada se abre el camino. Mediante ella, se suscita la memoria de lo vivido más allá del nacimiento y de la muerte. Cada uno puede adquirir este saber, cada uno puede desarrollar las facultades de conocer y de ver por sí mismo, lo que enseñan la mística genuina, la ciencia espiritual, la antroposofía y la gnosis; sólo tendrá que elegir los medios adecuados.Únicamente un ser dotado de oídos y de ojos puede percibir los sonidos y los colores; pero nada percibiría el ojo, si faltara la luz que hace visible los objetos. La ciencia oculta ofrece los medios para desarrollar los oídos y los ojos espirituales y para encender la luz espiritual. Los medios de enseñanza espiritual pueden designarse como compuestos de tres grados:1. La etapa preparatoria, en que se desarrollan los sentidos espirituales.2. La iluminación, que enciende la luz espiritual.3. La iniciación, que conduce a la comunicación con las entidades espirituales superiores.

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