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11/23/2006

LA EVOLUCION MORAL


LAS SEIS CUALIDADES


El desarrollo de este sentido se propicia de la siguiente manera. En primer lugar, el discípulo empezará por regular el desarrollo de sus pensamientos, lo que se llama el control o dominio de los pensamientos. Así como el loto de dieciséis pétalos requiere para su desenvolvimiento pensamientos significativos, ajustados a la verdad, el de doce pétalos se desarrolla por el dominio interior del decurso de los pensamientos. Los pensamientos que divagan incontrolados, o que se suceden desordenadamente y no de una manera razonable y lógica, deterioran la forma de esta flor de loto. Cuanto más se logre una sucesión ordenada de los pensamientos, evitando todo desvío ilógico, tanto más adecuada será la forma que este órgano desarrolle.Cuando el discípulo oiga expresar pensamientos ilógicos, se representará inmediatamente el pensamiento correcto respectivo. No debe, naturalmente, sustraerse al trato de personas tal vez carentes de lógica, para así favorecer su propio progreso, ni tampoco sentirse impulsado a corregir instantáneamente cuanto de irrazonable se exprese en derredor suyo; tratará más bien de encauzar tranquilamente en su alma, conforme a la lógica y la razón, los pensamientos que le invadan desde fuera, y se esforzará en conservar en todo momento la orientación de sus propios pensamientos.En segundo lugar, deberá introducir en su actuar la misma lógica consecuente (control o dominio de las acciones). Toda inestabilidad, toda discordancia en el obrar, ejercen una influencia perniciosa sobre la mencionada flor de loto. Después de haber realizado algo, el discípulo dispondrá la siguiente acción de tal manera que sea la consecuencia lógica de la precedente. El que hoy obre de una manera y mañana de otra, no desarrollará jamás el sentido caracterizado.El tercer requerimiento es el cultivo de la perseverancia. El discípulo no se dejará desviar por influencia alguna del objetivo que se haya impuesto, en tanto que lo pueda considerar como acertado. Los obstáculos le serán motivo para vencerlos y no para abandonar su propósito.El cuarto requisito es la tolerancia hacia los hombres, hacia los demás seres, incluso hacia los hechos. El discípulo ha de reprimir toda crítica superflua de lo imperfecto y de lo malo; por el contrario, tratará de comprender todo lo que se le presente. Al igual que el sol no niega su luz a lo malo, así tampoco el discípulo negará su sentimiento comprensivo. Si le toca algún infortunio, no se dejará arrastrar por juicios condenatorios, sino que lo aceptará como una necesidad y procurará, en todo lo posible, darle un giro hacia lo benéfico. No considerará las opiniones de los demás exclusivamente desde su propio punto de vista, sino que tratará de colocarse en la situación de ellos.La quinta actitud es mantenerse libre de prejuicios frente a cuanto se presente en la vida. A este respecto se habla también de la "fe" o de la "confianza". El discípulo la dispensa a todo hombre y todo ser viviente y procede lleno de confianza en todas sus acciones. Al referírsele algún hecho nunca se dirá: no lo creo porque está en contradicción con la opinión que me he formado. Antes bien, en todo momento estará dispuesto a examinar y rectificar su propio parecer, según otro criterio; estará siempre sensible a todo cuanto se le presente. Confía en la eficacia de lo que emprende, desterrando de su ser la vacilación y el escepticismo. Si se propone algo, tiene también fe en el poder de su propósito; cien fracasos no pueden arrebatarle esta fe que es la "fe que mueve montañas".La sexta cualidad es la adquisición de cierto equilibrio interior (ecuanimidad). El discípulo se esfuerza en conservar esta ecuanimidad, tanto frente al dolor como frente a lo afortunado, y renuncia a la vacilación entre el estar lleno de júbilo y el hondamente afligido. La desgracia y el peligro, así como la dicha y la prosperidad, le encontrarán siempre por igual escudado.Los estudiantes de la ciencia espiritual reconocerán en lo anteriormente descrito las llamadas "seis cualidades" que el aspirante a la iniciación debe desarrollar en sí mismo. Aquí hemos destacado su relación con el sentido anímico al que se denomina la flor de loto de doce pétalos. Nuevamente, es la enseñanza oculta la que puede dar instrucciones especiales para que madure esta flor de loto, pero también en este caso la evolución de su forma regular depende del desarrollo de las cualidades enumeradas.Si no se pone el debido cuidado, dicho órgano se convierte en una caricatura de lo que debe ser. En este caso, de adquirir cierto don de clarividencia, las cualidades mencionadas podrían tomar un giro hacia el mal en vez de hacia el bien; el hombre podría tornarse particularmente intolerante, irresoluto, negativo hacia sus semejantes; podría, por ejemplo, tornarse sensible respecto al modo de pensar de otras almas y, a raíz de ello, rehuirlas u odiarlas. Podría suceder que, a causa del frío anímico que le embarga al escuchar opiniones contrarias, no fuera capaz de prestar atención a lo que le dicen, o adopte una actitud de rechazo.Si a cuanto hemos dicho se añade la observancia de ciertas instrucciones, que el discípulo sólo puede recibir por comunicación personal con el iniciado, se adelantará el desenvolvimiento de la flor de loto. Bastan, sin embargo, las instrucciones aquí transmitidas para introducir al discípulo en la verdadera enseñanza oculta. El vivir con arreglo a estas indicaciones, será útil incluso para aquel que no desee o no pueda someterse a la enseñanza oculta, puesto que el efecto sobre el organismo anímico se producirá de todos modos, aunque sea lentamente.Para el discípulo, es indispensable la observancia de estos principios. Si él intentara buscar la enseñanza oculta sin atenerse a ellos, sólo podría entrar en los mundos superiores con visión deficiente en sus pensamientos y, en vez de conocer la verdad, estaría sujeto a engaños e ilusiones. Aunque clarividente en cierto sentido, recaería realmente en mayor ceguera. Antes, siquiera podía sentirse seguro y, en cierto modo, firme en el mundo de los sentidos; ahora, ve lo que está tras este mundo y se desorienta en él antes de poner pie firme en el mundo superior. Corre el peligro de no poder discernir entre la verdad y el error y pierde toda orientación en la vida. Por esta razón es particularmente necesario tener paciencia en estas cosas.Siempre hay que tener presente que la ciencia espiritual no puede ir más lejos en sus instrucciones sino en la medida en que exista el firme propósito de buscar el normal desarrollo de las "flores de loto". Si se alcanzara su madurez antes de que hubieran adquirido gradualmente la forma que les corresponde, se formarían verdaderas caricaturas de estas flores. Las instrucciones especiales de la ciencia espiritual propician la madurez de esas flores, en tanto que su forma les es dada por el modo de vivir arriba descrito.


LA FLOR DE LOTO DE 10 PETALOS


El desenvolvimiento de la flor de loto de diez pétalos requiere un cultivo anímico particularmente delicado. Aquí se trata de aprender a dominar conscientemente las impresiones sensorias mismas. Esto es sumamente necesario en los pasos iniciales hacia la clarividencia, pues sólo de ese modo se es capaz de evitar muchas ilusiones y arbitrariedades espirituales.Comúnmente, el ser humano no se da cuenta de cuántas cosas influyen sobre sus ocurrencias y sus recuerdos, y cómo éstos se producen. Tomemos, por ejemplo, el caso siguiente. Alguien viaja en tren absorto en un pensamiento. Súbitamente, este pensamiento toma otro giro; la persona se acuerda de algo vivido años atrás y lo entrelaza con su pensamiento de ahora, pero no se da cuenta de que su mirada estuvo dirigida hacia una persona que se parecía a otra que había estado involucrada en la experiencia recordada. No tiene conciencia de lo que ha visto, pero sí del efecto; y se imagina que el recuerdo ha sido "espontáneo". ¡Cuántas cosas acontecen así en la vida! ¡Cómo se entreteje en nuestra vida lo que hemos experimentado o lo que hemos leído, sin que nuestra conciencia se dé cuenta de la asociación!Otro ejemplo: alguien siente antipatía hacia un determinado color sin ser consciente de que esto le sucede porque el maestro que le atormentaba hace muchos años vestía un traje de ese color. Innumerables son las ilusiones que se basan en semejantes circunstancias. Muchas cosas se impregnan en el alma sin grabarse también en la conciencia.Puede darse el siguiente caso: alguien lee en un periódico la noticia de la muerte de un personaje conocido. Afirma ahora con plena convicción haber tenido "ayer" un presentimiento de esta muerte, aunque nada había visto ni oído que hubiera podido sugerirle esta idea. Y, efectivamente, es cierto que "ayer" le vino, como "espontáneamente", el pensamiento de que iba a morir esa persona. Sólo que se le escapó un detalle: unas horas antes de que le viniera ese pensamiento, se encontraba de visita en casa de un amigo, donde había un diario en la mesa, y aunque no lo leyó, sus ojos fueron a dar sobre la noticia de la grave enfermedad de la persona en cuestión. Esta impresión no llegó a su conciencia; pero tuvo como efecto el "presentimiento".Cuando se reflexiona sobre semejantes hechos, es fácil imaginarse cuántas ilusiones y fantasías se derivan de ellos. Y el que quiera desenvolver la flor de loto de diez pétalos, deberá cerrar la fuente de esas ilusiones y fantasías, ya que esta flor de loto permite percibir cualidades recónditas del alma. Pero esas percepciones sólo corresponden a la verdad si el discípulo se ha liberado totalmente de tales ilusiones.Con este fin, es preciso lograr el dominio de todas las impresiones que provienen del mundo circundante, a tal punto que se cierre el paso a toda impresión que no se quiera recibir. El desarrollar semejante facultad sólo es posible mediante una vida interior fortalecida. El discípulo debe adquirir suficiente fuerza de voluntad para que sólo le causen impresión las cosas a que diríjala atención y para sustraerse a las impresiones que intencionalmente no busque. No verá más que lo que quiera ver; y para él efectivamente no existirá aquello hacia lo cual no dirija la atención.Cuanto más vivido e intenso se vuelva el trabajo interior del alma, tanto mejor se alcanzará este fin. El discípulo debe evitar el pasear la mirada y curiosear con el oído distraídamente; sólo existirán para él las cosas hacia las cuales dirija sus sentidos. Deberá ejercitarse en esfuerzos de no oír nada, aún en medio del mayor barullo, si no quiere oír. Deberá procurar que sus ojos sean insensibles a las cosas que no mire intencionalmente.Algo como una coraza deberá proteger su alma contra toda impresión inconsciente. En este sentido, debe poner particular cuidado en su manera de pensar. Escogerá un pensamiento determinado y procurará no vincular con él otros pensamientos que los que él quiera asociar conscientemente y con plena libertad; rehusará las ocurrencias incontroladas y, antes de enlazar un pensamiento con otro, reflexionará cuidadosamente dónde se le había presentado este último.Todavía irá más lejos. Cuando, por ejemplo, sienta cierta antipatía con respecto a no importa qué cosa, se empeñará en combatirla y tratará de establecer una relación consciente con ella. De esta manera, los elementos inconscientes que invaden su alma van disminuyendo progresivamente. Sólo mediante esta rigurosa autodisciplina, la flor de loto de diez pétalos irá adquiriendo la forma que debe tener.La vida anímica del discípulo debe ser una vida de atención, y hay que saber alejar de sí mismo todo aquello a lo cual no se quiere o no se debe prestar atención. Cuando a semejante autodisciplina se le añade la meditación conforme a las instrucciones de la Ciencia Espiritual, se ve madurar de manera normal la flor de loto en la región del epigastrio, y lo que antes se percibía solamente como forma y calor mediante los órganos espirituales citados, aparece ahora espiritualmente dotado de luz y color.Gracias a ello se revelan, por ejemplo, dotes y facultades de otras almas, así como fuerzas y cualidades ocultas de la Naturaleza; se hacen visibles los colores del aura de los seres vivientes; el mundo circundante nos revela sus cualidades de índole anímica. Se comprende que es precisamente en esta esfera del desarrollo donde se requiere el mayor cuidado, puesto que entra en juego una inmensa multitud de recuerdos inconscientes.De no ser así, muchos poseerían el sentido en cuestión, puesto que éste aparece casi inmediatamente después que el hombre domina en verdad sus impresiones sensorias hasta el punto de someterlas por completo a su atención o desvío de la atención. Este sentido anímico sólo permanece inactivo mientras el predominio de los sentidos exteriores lo ensordece y embota.El desenvolvimiento de la flor de loto de seis pétalos, situada en el centro del cuerpo, ofrece más dificultades que el de la anterior, porque requiere el absoluto dominio de todo el ser humano por medio de la autoconciencia, de modo que cuerpo, alma y espíritu, se encuentren en absoluta armonía.Las funciones del cuerpo, las inclinaciones y pasiones del alma, los pensamientos y las ideas del espíritu deben armonizarse perfectamente. El cuerpo debe ser tan ennoblecido y purificado que sus órganos no impulsen a nada que no se realice al servicio del alma y del espíritu. El alma no debe ser impulsada por el cuerpo hacia deseos y pasiones contrarias al pensar puro y noble. El espíritu, por su parte, no debe tener necesidad de imponer al alma deberes y leyes como un amo a su esclavo, sino que ella ha de obedecer a los deberes y preceptos por su propia y libre inclinación.El discípulo ha de considerar el deber, no como imposición a la que se supedite a pesar suyo, sino como algo que practica porque lo ama; debe desarrollar en sí mismo un alma libre que mantenga el equilibrio entre lo sensual y lo espiritual, a tal punto que pueda obedecer a su sensualidad, porque ésta estará tan purificada que ya ha perdido la fuerza de rebajarle al nivel de ella. Así, no tendrá necesidad de refrenar sus pasiones, pues éstas, por sí mismas, se orientan hacia lo correcto.Mientras el hombre tenga necesidad de mortificarse, no podrá ser discípulo de lo oculto de cierto grado evolutivo, pues toda virtud que el hombre se arranca forzadamente, carece de valor para el discipulado. Mientras subsista una apetencia se verá perturbado el desarrollo oculto, aun cuando el discípulo se esfuerce en no satisfacerla, y es indiferente que el deseo ataña más al cuerpo o al alma. Si, por ejemplo, alguien se priva voluntariamente de determinado estimulante con el fin de purificarse por la privación del goce, esto sólo le será útil si su salud no se afecta por esta abstinencia. En caso que sí, es obvio que el cuerpo apetece ese estimulante, y entonces la privación será inútil. En tal caso puede ser necesario que el hombre tenga que renunciar momentáneamente al fin anhelado y esperar a que se presenten condiciones exteriores más favorables, quizá hasta una vida futura.En cierta situación es mucho más provechoso renunciar prudentemente, que ansiar un objetivo que, en las condiciones dadas, está fuera del alcance; y tal renuncia juiciosa es más favorable para la evolución que la actitud opuesta


LA PERCEPCION EXTRASENSORIAL


El que haya desarrollado la flor de loto de seis pétalos, logrará comunicarse con seres que pertenecen a los mundos superiores, siempre y cuando su existencia se manifieste en el mundo anímico. Sin embargo, la enseñanza oculta no recomienda el desenvolvimiento de este loto antes de que el discípulo haya avanzado lo suficiente en el sendero para permitirle elevar su espíritu a un mundo todavía más alto. La entrada en el mundo espiritual propiamente dicho, deberá acompañar siempre al desarrollo de las flores de loto, pues, de otro modo, el discípulo podría caer en confusión e incertidumbre. Aprendería a ver, pero carecería de la facultad de juzgar correctamente lo percibido. No obstante, la posesión de las cualidades necesarias para el desenvolvimiento de la flor de loto de seis pétalos, constituye ya cierta garantía contra la confusión y la inconstancia, pues no será fácil desconcertar a quien haya alcanzado el perfecto equilibrio entre la sensualidad (cuerpo) , la pasión (alma) y la idea (espíritu). Sin embargo, hace falta algo más que esta garantía cuando, por el desenvolvimiento del loto de seis pétalos, el hombre llegue a percibir seres con vida e identidad propias que pertenecen a un mundo enteramente diferente del que conocen sus sentidos físicos. No le basta el desarrollo de las flores de loto para adquirir la certidumbre necesaria en tales mundos; para ello es menester que disponga de otros órganos más elevados. Trataremos ahora del desarrollo de estos órganos más elevados; después se podrá hablar de las demás flores de loto, así como de otros aspectos de la organización del cuerpo anímico.El desarrollo del cuerpo anímico, tal como se acaba de describir, capacita al hombre para percibir fenómenos suprasensibles, mas aquel que quiera orientarse realmente en ese mundo, no debe detenerse en este estado evolutivo. No es suficiente la mera movilidad de las flores de loto; el hombre debe ser capaz de regular y vigilar, por su propia voluntad y en plena conciencia, el movimiento de sus órganos espirituales. De lo contrario, se convertiría en juguete de fuerzas y potencias ajenas. A fin de evitarlo, deberá adquirir la facultad de percibir el llamado "verbo interior", con cuyo objeto hay que prestar atención al desarrollo, no solamente del cuerpo anímico, sino también del etéreo, ese cuerpo sutil que aparece al clarividente como una especie de doble del cuerpo físico, y que representa, en cierto modo, un estado intermedio entre este último y el cuerpo anímico. Quien está dotado de facultades clarividentes, tiene la posibilidad de hacer completa abstracción del cuerpo físico de una persona. Esto corresponde, en un grado superior de desarrollo, a un ejercicio de atención de un grado inferior. Al igual que el hombre puede desviar su atención de un objeto que tenga ante sí, de modo que éste deja de existir para él, así también el clarividente será capaz de borrar de su percepción un cuerpo físico, de manera que éste llegue a serle físicamente transparente. En tal caso, para el ojo anímico del clarividente sólo existirá el llamado cuerpo etéreo, aparte del cuerpo anímico que rebasa y compenetra a los otros dos.El cuerpo etéreo es aproximadamente del mismo tamaño y forma que el cuerpo físico, ocupa, pues, más o menos el mismo espacio que éste. Es una conformación sumamente delicada y sutilmente organizada. Su color básico es distinto de los siete colores del arco iris. El que lo perciba, conocerá un color que propiamente no existe para la observación sensorial y que podría compararse, aproximadamente, con la tonalidad de la flor recién abierta del durazno. El que quiera limitarse exclusivamente a la observación del cuerpo etéreo, tendrá que borrar de su observación también la visión del cuerpo anímico, mediante un ejercicio de atención similar al descrito anteriormente. De no hacerlo, el aspecto del cuerpo etéreo se presentaría modificado por el cuerpo anímico que lo penetra totalmente.Las partes elementales del cuerpo etéreo se hallan en continuo movimiento; innumerables corrientes lo atraviesan en todas las direcciones. Mediante estas corrientes, se mantiene y se regula la vida. Todo cuerpo viviente posee un cuerpo etéreo; las plantas y los animales también lo tienen; hasta en los minerales puede el observador atento descubrir indicios de él. Los citados movimientos y corrientes se producen, por de pronto, totalmente independientes de la voluntad y de la conciencia del hombre, del mismo modo que en el cuerpo físico las funciones del corazón o del estómago no dependen de la voluntad.Esta independencia persiste en tanto que el hombre no se dedique a desarrollarse con miras a la adquisición de facultades suprasensibles; pues en determinada etapa la evolución superior consiste precisamente en agregar a las corrientes y los movimientos del cuerpo etéreo independientes de la conciencia, otros que el hombre mismo provoca conscientemente.


EL CUERPO ETERICO Y LAS DIFERENTES CORRIENTES DE ENERGIA


Cuando la enseñanza oculta ha llegado al punto en que comienzan a girar las flores de loto descritas en los párrafos precedentes, mucho ha logrado el discípulo de lo que conduce a provocar en su cuerpo etéreo corrientes y movimientos bien definidos. Este desarrollo da lugar a la formación de una especie de centro en la región del corazón físico de donde irradian corrientes y movimientos de los más variados colores y formas espirituales.Este centro, en realidad, no es meramente un punto, sino una estructura muy compleja, un órgano maravilloso; brilla y centellea espiritualmente en los más diversos colores y ostenta formas de gran regularidad, susceptibles de cambiar rápidamente. Otras formas y corrientes de diversos colores parten de este órgano hacia las demás partes del organismo y también lo trascienden, atravesando e iluminando todo el cuerpo anímico; pero las corrientes más importantes fluyen hacia las flores de loto, circulan por todos los pétalos, regulan su rotación y salen por sus puntas para perderse en el espacio exterior. Cuanto más evolucionado está el hombre, tanto más amplia es la esfera dentro de la cual se propagan estas corrientes.Particularmente estrecha es la conexión de la flor de loto de doce pétalos con el centro descrito. Las corrientes fluyen directamente hacia y a través de ella, por un lado, hacia los lotos de dieciséis y de dos pétalos; por el otro (el de abajo), hacia las flores de loto de ocho, seis y cuatro pétalos. Es por esta organización que en la enseñanza oculta debe ponerse especial cuidado en el desarrollo de la flor de loto de doce pétalos, pues en caso de cualquier desacierto al respecto, el desenvolvimiento de todo este sistema resultaría desordenado.Lo que antecede da una idea de cuan delicado e íntimo es el carácter de la enseñanza oculta y con cuánta exactitud hay que proceder para que todo se desarrolle de la debida manera. Se comprenderá también fácilmente que sólo puede dar instrucciones para el desarrollo de facultades suprasensibles, quien haya experimentado por sí mismo lo que él se proponga desenvolver en otro, y quien esté plenamente capacitado para verificar si sus indicaciones realmente producen el resultado correcto.Si el discípulo procede de acuerdo con las indicaciones recibidas, dota a su cuerpo etéreo de corrientes que están en armonía con las leyes y evolución del mundo al que pertenece el ser humano. Por esta razón, esas indicaciones siempre son trasunto de las grandes leyes de la evolución del mundo. Consisten en los ejercicios de meditación y concentración ya mencionados y otros similares, los cuales, practicados debidamente, producirán los efectos descritos.En determinados momentos, el discípulo debe compenetrarse enteramente del contenido de dichos ejercicios, de modo que, en cierto modo, se sienta interiormente impregnado de él. Se comienza con ejercicios sencillos que, ante todo, sean apropiados para profundizar y dar un carácter más íntimo al pensar sensato y razonado. De este modo, el pensar quedará libre e independiente de todas las impresiones y experiencias sensorias; se concentrará como en un punto que estará bajo el absoluto dominio del hombre. Así se crea un centro interino para las corrientes del cuerpo etéreo. Este centro no está aún en la región del corazón, sino en la cabeza, donde se presenta al clarividente como el punto céntrico del que salen los movimientos.Sólo tendrá completo éxito la enseñanza oculta que, en primer lugar, se empeñe en crear este centro. Si el centro se despertara desde el principio en la región del corazón, el clarividente en ciernes, si bien lograría cierta visión de los mundos superiores, no podría en verdad comprender las relaciones entre estos mundos superiores y nuestro mundo sensible, comprensión absolutamente necesaria para el hombre de la actual etapa evolutiva. El clarividente jamás debe convertirse en romántico, lleno de ilusiones, ni dejar de pisar terreno firme.El centro creado en la cabeza, una vez debidamente fortalecido, será trasladado hacia más abajo, hacia la región de la laringe, lo que se consigue mediante la prosecución de los ejercicios de concentración. Como resultado, las corrientes del cuerpo etéreo partirán de esta última región e iluminarán el espacio anímico en torno al hombre.Continuando los ejercicios, el discípulo adquiere la capacidad de determinar por sí mismo la posición de su cuerpo etéreo. Antes, esta posición dependía de fuerzas exteriores procedentes del cuerpo físico. Con el progreso de su desarrollo, el hombre llega a ser capaz de girar su cuerpo etéreo hacia todos los lados. Esta facultad se produce gracias a las corrientes que circulan aproximadamente a lo largo de ambas manos, partiendo del loto de dos pétalos situado en la región de los ojos. Todo esto es posible por el hecho de que las radiaciones que parten de la laringe, asumen formas redondas, parte de las cuales fluyen hacia el loto de dos pétalos de donde se encauzan, en corrientes ondulantes, a lo largo de las manos. Como resultado ulterior estas corrientes se subdividen y se ramifican de la manera más sutil, entrelazándose para formar una especie de tejido que se transforma para delimitar, como si fuera con una red, todo el cuerpo etéreo.


TU VERBO INTERIOR


Hasta ese momento el cuerpo etéreo no estaba aislado de la esfera circundante, por lo que las corrientes vitales procedentes del océano de vida universal entraban y salían directamente; ahora, en cambio, lo que influye desde afuera debe pasar a través de esta membrana. Como resultado de ello el hombre se torna sensible a estas corrientes externas; las percibe.Ha llegado el momento de dar a todo este sistema de corrientes y movimientos su centro en la región del corazón, lo que se logra mediante la prosecución de los ejercicios de concentración y meditación. Alcanzada esta etapa el hombre recibe el don del 'Verbo interior". Desde este instante, todas las cosas adquieren para él un nuevo significado; su esencia interior, en cierto modo, se torna espiritualmente audible; hablan al hombre de su verdadera naturaleza. Las corrientes anteriormente descritas le ponen en relación con el íntimo ser del universo del que forma parte. Comienza a participar de la vida del mundo circundante y puede hacer que ella repercuta en los movimientos de sus flores de loto.Así, el hombre se eleva al mundo espiritual y con ello adquiere una nueva comprensión de todo cuanto han dicho los grandes maestros de la humanidad. Las palabras del Buda y los Evangelios, por ejemplo, le producen un efecto distinto, le impregnan de una felicidad desconocida hasta entonces, pues el sonido de semejantes palabras concuerda con los movimientos y ritmos que él ha desarrollado en sí mismo.Por propia e inmediata experiencia sabe que hombres como el Buda o los Evangelistas, no expresan sus propias revelaciones, sino aquellas que les afluyen de la íntima esencia de las cosas. Vamos a señalar aquí un hecho que se nos hace comprensible sólo por lo que antecede. El hombre de nuestra actual etapa evolutiva no está en condiciones de apreciar debidamente las muchas repeticiones de los sermones del Buda; en cambio, para el discípulo de la enseñanza oculta llegan a ser algo que él mira con agrado mediante su sentido interior, pues corresponden a ciertos movimientos rítmicos en el cuerpo etéreo.La devota entrega a ellas, en plena quietud interior, produce también una armonía con tales movimientos. Y como estos movimientos son, a su vez, réplica de determinados ritmos cósmicos que, en ciertos puntos, representan también repetición y retorno a ritmos antiguos, resulta que el hombre que presta oído a las palabras del Buda se vincula con los misterios cósmicos.


LAS CUATRO FACULTADES


La ciencia espiritual define cuatro cualidades que el ser humano debe adquirir en el llamado sendero de prueba para elevarse al conocimiento superior.* La primera es la facultad de discernir en los pensamientos lo verdadero de lo aparente; la verdad, de la simple opinión.* La segunda cualidad es la apreciación acertada de lo verdadero y de lo real frente a la apariencia.* La tercera facultad consiste en practicar las seis cualidades ya descritas en el espacio anterior; control y dominio de los pensamientos, dominio de la acción, perseverancia, tolerancia, fe y ecuanimidad.* La cuarta es el amor a la libertad interior.Una comprensión meramente intelectual de lo inherente a estas cualidades no es de la menor utilidad; han de ser incorporadas al alma, de modo que formen la base de hábitos naturales. Tomemos, por ejemplo, la primera cualidad: el discernimiento entre lo verdadero y la apariencia. El hombre tiene que ejercitarse de manera que sepa discernir siempre espontáneamente, en todo lo que se le presente, entre lo secundario y lo que tiene significación e importancia. Sólo es posible lograrlo si, con toda calma y paciencia, se repiten estas tentativas en cada observación del mundo exterior.Al final, se llega a fijar la mirada con toda naturalidad en lo verdadero, como antes uno se contentaba con lo accidental. Todo lo temporal sólo es símbolo. Esta verdad se convierte en convicción palmaria del alma. Otro tanto puede decirse con respecto a las otras tres cualidades.Bajo la influencia de estos cuatro hábitos del alma se transforma efectivamente el sutil cuerpo etéreo del hombre. Mediante el primero, o sea, el "discernimiento entre lo verdadero y la apariencia", se crea en la cabeza el referido centro y se prepara el de la laringe. Su verdadero desarrollo requiere, por cierto, los ejercicios de concentración antes descritos; ellos favorecen el desarrollo, en tanto que los cuatro hábitos conducen a la madurez. Una vez preparado el centro en la región de la laringe, la correcta apreciación de lo verdadero frente a la apariencia accidental, da por resultado el libre dominio del cuerpo etéreo, así como su revestimiento y delimitación mediante el mencionado tejido filamentoso.Si el hombre adquiere esta facultad de apreciación, paulatinamente se le tornan perceptibles las realidades espirituales, mas no deberá creer que basta realizar acciones que parezcan significativas conforme a un criterio intelectual; la acción más sencilla, el más pequeño quehacer, tienen algo de importante dentro de la gran economía universal; sólo se trata de adquirir conciencia de esta significación. Lo que importa no es el menosprecio, sino la estimación correcta de los quehaceres cotidianos de la vida.Ya hemos hablado de las seis virtudes que integran la tercera cualidad; guardan relación con el desenvolvimiento del loto de doce pétalos en la región del corazón y, como ya indicamos, es a este centro adonde debe encauzarse efectivamente la corriente vital del cuerpo etéreo. La cuarta cualidad, o sea, el anhelo de liberación, sirve para hacer madurar el órgano etéreo cerca del corazón. Cuando esta cualidad se haya convertido en hábito del alma, el hombre se libera de todo lo que se vincula exclusivamente con las facultades de su naturaleza personal; deja de considerar las cosas desde su punto de vista particular. Desaparecen los estrechos límites de su propio ser que lo ataban a este punto de vista, y los misterios del mundo espiritual se abren paso hacia su interioridad. He ahí la liberación, pues aquellas ataduras hacían que el hombre juzgara las cosas y seres de acuerdo con su naturaleza personal. El discípulo tiene que librarse e independizarse de este modo personal de considerar las cosas.


LA ENSEÑANZA DE LOS INICIADOS


De lo que hemos expuesto hasta ahora se ve claramente que las instrucciones que emanan de la ciencia espiritual ejercen una influencia determinante hasta en lo más íntimo de la naturaleza humana. De esta índole son las instrucciones que se refieren a las cuatro cualidades, y ellas figuran, en una u otra forma en todas las concepciones del mundo que tienen en cuenta el mundo espiritual. Los fundadores de semejantes cosmovisiones han dado a la humanidad esas instrucciones, no partiendo de un nebuloso sentimiento, sino en virtud de ser grandes iniciados. Basándose en su conocimiento espiritual formularon sus preceptos morales. Sabían cómo actúan éstos sobre lo sutil de la naturaleza humana y deseaban que sus adeptos gradualmente desarrollaran esa parte sutil de la naturaleza humana.Vivir de acuerdo con tales concepciones del mundo significa trabajar por el propio perfeccionamiento espiritual. Sólo si el hombre sigue estas indicaciones, servirán al universo entero. El deseo de perfeccionarse no es, de modo alguno, egoísmo, ya que el hombre imperfecto es también servidor imperfecto de la humanidad y del mundo. Cuanto más perfecto sea el hombre tanto mejor sirve a la sociedad en su conjunto. "Si la rosa es bella, embellece el jardín".Así se entiende que los fundadores de las grandes cosmovisiones sean los grandes iniciados. Lo que de ellos emana se difunde en las almas humanas, de modo que, junto con la humanidad, progresa el mundo entero. Los iniciados han trabajado conscientemente para propiciar este proceso evolutivo de la humanidad. Sólo se comprenderá el contenido de sus enseñanzas si se tiene en cuenta que tienen su origen en el conocimiento de lo más recóndito de la naturaleza humana.Los iniciados poseían profundos conocimientos, y en base a ellos crearon los ideales de la humanidad. El hombre se acerca a estos grandes guías si, mediante su propio desarrollo, se eleva hasta su altura.

PREPARANDO LA TIERRA, PARA LAS NUEVAS SEMILLAS



EL SENDERO DE LA VENERACION

En todo ser humano duermen facultades que le permiten alcanzar conocimientos de tres mundos superiores. Las personas espirituales siempre han hablado de un mundo anímico y de un mundo espiritual, tan reales para ellos como el que ven nuestros ojos físicos y tocan nuestras manos. Al escucharlos uno puede pensar que estas experiencias también puede tenerlas si desarrolla ciertas fuerzas que hasta ahora aún duermen en uno mismo. El problema consiste en saber qué debe hacerse para desarrollar estas facultades latentes.Para ello, sólo pueden dar las instrucciones quienes ya poseen tales fuerzas actualizadas. Desde que existe el género humano ha existido siempre una enseñanza mediante la cual los seres humanos dotados de facultades superiores han dado sus indicaciones a quienes aspiraban a tenerlas. Esta enseñanza se ha denominado enseñanza oculta, y la instrucción recibida ha sido llamada instrucción de la ciencia oculta. Tal denominación provoca, por su naturaleza, malentendidos: podría uno sentirse tentado a creer que los que se dedican a esta enseñanza pretenden aparecer como una clase de seres privilegiados, que arbitrariamente rehúsan comunicar su saber a sus semejantes; quizá se llegue a pensar que tras de ese saber no hay nada importante, pues uno podría pensar que si se tratara de un auténtico conocimiento no habría necesidad de ocultarlo como un misterio, sino, al contrario, se podría publicar para que la humanidad entera recibiese sus beneficios.Los iniciados en la naturaleza de la sabiduría oculta, de ninguna manera se asombran de que los no iniciados piensen así, pues sólo pueden comprender en qué consiste el misterio de la iniciación quienes, hasta cierto grado, hayan recibido la iniciación en los misterios superiores de la existencia. Ahora puede surgir la pregunta: si esto es así, ¿cómo puede el no iniciado tomar interés humano alguno en la así llamada ciencia oculta? ¿Cómo y por qué habría de buscar algo de cuya naturaleza no puede formarse ninguna idea? Semejante pregunta se basa en una idea enteramente errónea de la verdadera naturaleza del conocimiento oculto, pues en realidad el caso de la ciencia oculta no es otro que el de todos los demás conocimientos y capacidades de la humanidad.Este saber oculto no es para la persona común un misterio que tenga otra razón de ser como lo que es el saber escribir para quien no lo ha aprendido. Y así como cualquier persona puede aprender a escribir, si emplea los métodos adecuados, así también todo ser humano puede llegar a ser discípulo, y hasta maestro de la ciencia oculta, si busca los caminos apropiados.Sólo en un aspecto difieren aquí las condiciones que deben cumplirse del saber y de las capacidades exteriores: puede que alguien, por su pobreza material o por las condiciones culturales del ambiente en que nació, no tenga la posibilidad de aprender a escribir; en cambio, para la adquisición del saber y de las facultades de los mundos superiores, no hay obstáculo que se oponga a quien los busque sinceramente.Muchos creen que es necesario buscar en un lugar determinado a los maestros del conocimiento superior para recibir sus instrucciones. Al respecto, dos cosas son ciertas; la primera es que quien aspire seriamente al saber superior no escatimará esfuerzo alguno ni retrocederá ante ningún obstáculo para encontrar al iniciado que le inicie en los misterios superiores del Universo. Por otra parte, el discípulo puede estar seguro de que la iniciación llegará a él de todos modos, si tiene efectivamente el afán serio y sincero de alcanzar el conocimiento.Existe una ley natural entre todos los iniciados que les impone no denegar a nadie el conocimiento que le corresponda merecidamente. Pero hay otra ley, tan natural como la primera, que establece que a nadie se le debe entregar la menor parte del conocimiento oculto, si carece de méritos para recibirlo. Y el iniciado es tanto más perfecto cuanto más estrictamente observe estas dos leyes.El lazo espiritual que une a todos los iniciados no pertenece al mundo exterior, pero esas dos leyes constituyen los broches que mantienen unidas las partes de ese enlazamiento. Podrías vivir en íntima amistad con un iniciado, pero siempre quedarías espiritualmente separado de su ser esencial hasta que te convirtieras también en iniciado; podrías poseer todo su corazón y afecto, pero no te confiaría sus conocimientos secretos hasta que estuvieses maduro para recibirlos. Podrías congraciarte con él, torturarle; nada le inducirá a revelarte cosa alguna cuando él sabe que no te lo debe decir porque tu grado de evolución no te permite acoger en el alma, como es debido, este secreto. Minuciosamente precisados se hallan los caminos que el hombre debe recorrer para adquirir la madurez que le permita recibir el conocimiento superior. El derrotero que ha de seguir ha sido trazado con escritura indeleble, eterna, en los mundos espirituales, donde los iniciados guardan los secretos superiores. En los tiempos antiguos que precedieron a nuestra "historia", los templos del Espíritu eran físicamente visibles. En nuestros días, por haberse distanciado tanto nuestra vida de lo espiritual, estos templos no existen en el mundo perceptible al ojo físico, si bien existen por doquiera espiritualmente, y aquel que los busque podrá encontrarlos.Sólo en su propia alma hallará el ser humano los medios para que se le abran los labios de un iniciado; debe desarrollar en sí mismo determinadas cualidades hasta cierto grado de elevación, para poder participar de los sublimes tesoros del espíritu

EL SENTIMIENTO

Lo que puede alcanzarse por la devoción se vuelve aún más efectivo si otro sentimiento la acompaña. Este consiste en que el discípulo aprenda a entregarse cada vez menos a las impresiones del mundo exterior y a desarrollar, en cambio, una vida interior activa. El que se apresura por tener nuevas impresiones exteriores y busca siempre la "distracción", no encontrará el camino de la ciencia oculta. El discípulo no deberá insensibilizarse a las impresiones del mundo externo, sino que lo profundo de su vida interior le indicará la dirección en que puede entregarse a estas impresiones. La persona de íntimos sentimientos y ánimo profundo, experimenta de una manera distinta de la de la persona insensible el paseo por una hermosa región montañosa. Sólo nuestras experiencias internas nos develan las bellezas del mundo externo. Por ejemplo, alguien hace un viaje por mar y pocas experiencias internas enriquecen su alma; en cambio, otro percibirá el lenguaje eterno del Espíritu cósmico; a él se le revelan los misterios de la creación.Debemos haber aprendido a vivir íntimamente con nuestros propios sentimientos y representaciones para poder establecer relaciones substanciales con el mundo externo. El mundo circundante nos habla de la majestad divina en todos sus fenómenos, pero es necesario haber experimentado lo divino en la propia alma, para descubrirlo en el mundo que nos rodea. El discípulo deberá reservar momentos de su vida para entrar en sí mismo con quietud y en soledad, pero no para abandonarse a los asuntos de su propio yo, pues esto produciría efectos contrarios a los deseados, sino para volver a sentir en su alma, con toda quietud, lo experimentado en el mundo exterior. Las flores, los animales y cada una de sus propias acciones, le revelarán en tales instantes secretos jamás imaginados. Así se preparará para recibir con otros ojos nuevas impresiones del mundo exterior.Quien sólo quiere gozar múltiples sensaciones, insensibiliza su facultad de conocer. En cambio, si después del goce permite que éste le revele algo, cultivará y educará su facultad de conocer. Con este objeto, deberá acostumbrarse, no precisamente a vivir con el simple reflejo del goce, sino renunciando a nuevos goces, transmutar lo experimentado en el goce mediante la concentración interior.Aquí deberá el discípulo sortear un grave y peligroso escollo, puesto que, en vez de trabajar realmente sobre sí mismo, puede caer en la actitud contraria de querer agotar el goce. No hay que desestimar las inmensas fuentes de error que se abren aquí para el discípulo, pues debe buscar su camino por entre múltiples seductores de su alma. Todos ellos quieren endurecer su "Yo"; aprisionarlo en sí mismo; él, por el contrario, debe abrirlo al mundo.Sin duda, él tiene que buscar el goce, puesto que sólo por su medio puede acercársele el mundo exterior. Si el discípulo se insensibiliza al goce, se parecería a una planta imposibilitada para extraer de la tierra las substancias nutritivas. Pero, si se detiene en el goce, se encierra dentro de sí: significará algo para sí mismo y nada para el mundo. Por intensos que sean entonces su vida para sí mismo y el cultivo de su "Yo", el mundo lo rechaza; él está muerto para éste.El verdadero discípulo considera el goce sólo como Instrumento de perfeccionarse para bien del mundo. El goce es para él como un mensajero que le informa respecto del mundo, pero después de haber recibido la enseñanza del goce, sigue adelante a realizar su trabajo. Aprende, no para acumular conocimientos como un tesoro personal, sino para emplear lo aprendido al servicio del mundo.En toda ciencia oculta existe un principio que nadie debe transgredir si quiere alcanzar un determinado objetivo, y toda enseñanza oculta lo debe grabar en el ánimo del discípulo. Este principio dice así: Todo conocimiento que busques meramente para aumentar tu propio saber y para acumular tesoros personales, te desviará del sendero; pero todo conocimiento que busques para madurar en el empeño del ennoblecimiento humano y de la evolución del mundo, te hará progresar un paso más.Esta ley exige una observancia inexorable. Nadie puede considerarse discípulo de la ciencia oculta, sin haber hecho de esta ley la norma de su vida. Brevemente puede resumirse esta verdad de la enseñanza espiritual como sigue: Toda idea que para ti no se convierta en ideal, apaga una fuerza en tu alma; toda idea, en cambio, que se convierte en ideal, crea en tu ser fuerzas vitales.

QUIETUD INTERIOR

Al comenzar sus estudios, el discípulo se ve conducido hacia el sendero de la veneración y el desarrollo de la vida interior. La ciencia espiritual le ofrece, además, reglas prácticas cuya observación le permite entrar en el sendero y desarrollar la vida interior. Estas reglas prácticas no son arbitrarias, sino que se fundamentan en experiencias y en una sabiduría antiquísimas. Se imparten por igual dondequiera que se señalen los caminos hacia el conocimiento superior.Todos los verdaderos maestros de la vida espiritual están de acuerdo sobre el contenido de estas reglas, aunque se sirvan a veces de términos diferentes. La disparidad, secundaria y más bien aparente, se debe a hechos de los que no hace falta que nos ocupemos aquí.Ningún maestro de la vida espiritual pretende, mediante tales reglas, ejercer dominio sobre otras personas, ni menoscabar su independencia, pues nadie sabe estimar y salvaguardar mejor la independencia humana que los investigadores de la ciencia oculta. Ya hemos dicho que es espiritual el vínculo que une a todos los iniciados, y qué dos leyes naturales constituyen los broches que mantienen unidas las partes de este enlazamiento. Mas cuando el iniciado se sale de su delimitado ámbito espiritual para obrar públicamente, tiene que observar una tercera ley, que es la siguiente: Ajusta cada uno de tus actos, cada una de tus palabras, de manera que no coartes la libertad de obrar a persona alguna.Quien haya comprendido que el verdadero instructor de la vida espiritual respeta profundamente este principio, sabrá también que su independencia no sufrirá menoscabo al seguir las reglas prácticas que se le ofrezcan.Una de las primeras reglas es la que puede expresarse aproximadamente en los siguientes términos del lenguaje corriente: “Procura reservarte momentos de quietud interior y aprende entonces a discernir lo esencial de lo sencundario”. Decimos que es así como puede expresarse esta regla práctica en "términos del lenguaje corriente", pues originariamente, todas las reglas y enseñanzas de la ciencia espiritual se daban por medio de un lenguaje de signos simbólicos, y quien desee llegar a conocer esas reglas en todo su significado y alcance, deberá previamente comprender dicho lenguaje simbólico. Esta comprensión requiere que se hayan dado los primeros pasos en la ciencia oculta, y estos pasos pueden darse mediante la estricta observancia de las reglas que aquí se explican. El camino está abierto para todo aquel que posea una voluntad sincera.Sencilla es la regla que concierne a los momentos de quietud interior y sencilla es también su observancia. Mas, con ser sencilla, sólo conduce a su objetivo si se cumple con seriedad y rigor. Por esta razón vamos a explicar cómo debe observarse.El discípulo deberá apartarse, por unos momentos, del curso de su vida cotidiana, a fin de ocuparse de algo totalmente distinto de sus habituales ocupaciones. También la naturaleza de su actividad deberá ser enteramente distinta de las tareas que llenan las demás horas del día. Esto no debe interpretarse como si lo que haga en esos momentos de aislamiento no tuviese nada que ver con el contenido de su trabajo diario; al contrario, el ser humano que se dedique a buscarlos en forma apropiada no tardará en descubrir que, gracias a ellos, adquiere la plena fuerza necesaria para sus quehaceres corrientes. Tampoco hay que pensar que la observancia de esta regla realmente pueda restar el tiempo que se necesita para cumplir con sus deberes: basta con que sean cinco minutos al día, si alguien realmente no dispone de más tiempo. Lo importante es cómo se empleen estos cinco minutos.Durante ese intervalo, el discípulo deberá desligarse porcompleto de su vida habitual; sus pensamientos y sus sentimientos habrán de tener matices distintos de lo que comúnmente tienen; deberá hacer desfilar ante su alma sus placeres, dolores, preocupaciones y acciones, de tal modo que todo lo experimentado lo contemple desde un punto de vista más elevado.Para comprender de que se trata, pensemos cuan distintas a las propias se nos presentan en la vida corriente las experiencias y acciones de los demás. No podría ser de otro modo, pues con nuestro ser nos hallamos entretejidos en todo lo que experimentamos o hacemos, en tanto que simplemente observamos lo que experimentan o hacen los demás. Lo que debe perseguirse en los momentos escogidos es contemplar y juzgar nuestras propias experiencias y acciones como si hubiesen sido tenidas o ejecutadas, no por nosotros, sino por otra persona. Tomemos, por ejemplo, el caso de que alguien haya sufrido un grave golpe del destino: ¡cuan distinto lo considerará de otro infortunio igual que haya tocado a su prójimo! Nadie podría juzgarle de injusto, pues esto es propio de la naturaleza humana. Algo parecido a lo que ocurre en tales casos extraordinarios, puede decirse también de lo que acontece en la vida corriente. El discípulo debe tratar de adquirir la fuerza de situarse, en ciertos momentos, enfrente de sí mismo, como si fuera un extraño; observarse a sí mismo con la quietud interior de un juez imparcial. Si lo logra, las experiencias personales se le aparecerán bajo una nueva luz.Mientras las experimente enlazado y unido con ellas, estará tan vinculado a lo sencundario como a lo esencial. Pero si llega a quietud interior de la visión de conjunto, lo esencial va a distinguirse de lo secundario. El disgusto y la alegría, todo pensamiento y toda decisión, se nos presentan distintos si, de esta manera, nos enfrentamos con nosotros mismos.Es como si hubiéramos pasado un día por un lugar donde lo más pequeño se divisa tan cercano como lo más grande y, al declinar la tarde, ascendiéramos a una colina vecina para abarcar con una sola mirada todo el conjunto; entonces las proporciones recíprocas de todas las partes nos parecerían distintas de como las veíamos al encontrarnos en ese lugar. No es posible ni necesario llegar a semejante actitud frente a lo que el destino nos depara en el presente, pero con lo sucedido en el pasado el discípulo de la vida espiritual debe esforzarse por lograrlo. El valor de la tranquila contemplación de la propia interioridad no depende tanto de qué es lo que uno perciba, sino de saber despertar en sí mismo la fuerza para desarrollar la quietud interior.

LA VIDA SUPERIOR

Cada ser humano, al lado de lo que podríamos llamar el “hombre rutinario", lleva en su interior un ser superior, que permanece oculto hasta que llegue a ser despertado; pero solamente uno mismo puede despertar este ser superior dentro de sí. En tanto esto no se logre, permanecen ocultas las facultades superiores que duermen en todo ser humano y que conducen al conocimiento suprasensible.Mientras el discípulo no perciba en sí el fruto de la quietud interior, habrá de decirse que ha de perseverar en la severa y estricta observancia de la referida regla. Para toda persona que así proceda, llegará el día en que le circundará la luz espiritual y en el que mediante un ojo antes desconocido, verá abrirse un mundo enteramente nuevo.Nada ha de cambiar en la vida exterior del discípulo por el hecho de comenzar a observar esta regla. Cumplirá sus deberes como antes, soportará las mismas penas y experimentará los mismos placeres. De ninguna manera quedará enajenado de la "vida"; por el contrario, durante las demás horas del día podrá dedicarse más intensamente a esta "vida", porque en sus instantes escogidos adquiere una "vida superior".Poco a poco, esta "vida superior" ejercerá su influencia sobre la existencia ordinaria; la quietud de los momentos escogidos ejercerá su efecto también sobre las ocupaciones cotidianas. El ser humano entero se tornará más sosegado; adquirirá más firmeza en todas sus acciones y ya no perderá su serenidad por toda clase de incidentes. Paulatinamente, el discípulo principiante llegará a tomar él mismo la dirección de su existencia, en vez de dejarse guiar por las circunstancias y las influencias externas.Pronto notara qué fuente de vigor representan para él esos instantes de aislamiento; comenzará a no enojarse por cosas que antes le irritaban; innumerables eventos que antes le aterrorizaban, dejarán de causarle temor; adquirirá una concepción de la vida enteramente nueva. Antes, se sentía tal vez temeroso al emprender tal o cual tarea y se decía: "Mis fuerzas no bastarán para cumplir ese trabajo como yo quisiera hacerlo"; pero ahora ya no le sobrevendrá este pensamiento, sino otro muy distinto: "Reuniré todas mis fuerzas para cumplir esta tarea lo mejor que me sea posible".Reprimirá todo pensamiento que pudiera hacerle temeroso, porque sabe que precisamente la timidez podría ser la causa de un mal trabajo y que, en todo caso, no le ayudaría a desempeñar mejor sus quehaceres. Así, en la concepción de la vida del discípulo, se incorporan sucesivamente pensamientos fecundos y provechosos, en sustitución de los que anteriormente le estorbaban y debilitaban. El discípulo comienza a conducir su nave a través de las olas de la vida con rumbo seguro y firme, en vez de ser echada de un lado a otro como un juguete de estas olas.Esta calma y esta firmeza repercuten también en todo elser del hombre y favorecen el crecimiento de su interioridad, y con ello se acrecientan las facultades interiores que conducen al conocimiento superior. Gracias a sus progresos en esta dirección, el discípulo llegará, poco a poco, al punto de poder determinar por sí mismo en qué forma las impresiones del mundo circundante deben ejercer sus efectos sobre él.Por ejemplo, oye una palabra con la cual otra persona trata de ofenderle o irritarle. Antes de su discipulado seguramente habría cedido a tal agresión; pero ahora que ha entrado en el sendero, es capaz de arrancar a la palabra el aguijón hiriente o irritante antes de que penetre en su interior. Tomemos otro ejemplo: una persona se impacienta fácilmente cuando tiene que esperar. Entra en el sendero del discipulado, y en sus instantes de quietud se compenetra del sentimiento de la inutilidad de mucha impaciencia, hasta tal grado que, en adelante, este sentimiento se le hará presente cada vez que llegue a experimentar la impaciencia, y ésta que amenazaba apoderarse de él, desaparece, y el tiempo que hubiera malgastado posesionado de los sentimientos de impaciencia, será aprovechado quizás por una observación útil que puede hacerse durante la espera.Hay que tener presente el alcance de todo lo expuesto, teniendo en cuenta que en el ser humano el "hombre superior" está en constante evolución; pero que sólo la calma y la firmeza descritas hacen posible el desarrollo ordenado. Los vaivenes" de la vida exterior cohíben por todos lados el ser interior del ser humano, si él no domina esa vida, sino que se deja dominar por ella. En tal situación, el ser humano es como una planta que creciera entre las grietas de una roca y que no podría desarrollarse si no se le diera más espacio.Para el ser interior del hombre no existen fuerzas externas que puedan darle este espacio; sólo puede dárselo la quietud interior que él mismo proporciona a su alma. Las circunstancias exteriores tan sólo pueden cambiar su situación exterior, jamás despertar al "hombre espiritual". Es en sí mismo donde el discípulo debe engendrar un ser nuevo, un hombre superior. Este "hombre superior" se convierte entonces en el "soberano" en el alma, que con mano segura dirige las condiciones de su vida exterior. En tanto que sea el hombre de la vida exterior quien domina y dirige, el ser "interior" es su esclavo y, por consiguiente, no puede desenvolver sus fuerzas.Mientras dependa de algo ajeno de mí el que me enoje o no, no soy dueño de mi mismo o, dicho mejor aún, no he encontrado todavía al soberano en el alma. Tengo que desarrollar la facultad de que las impresiones del mundo exterior no me afecten sino de la manera que yo mismo determine; sólo entonces me habré convertido en discípulo de la ciencia oculta.Únicamente en la medida en que verdaderamente trate de desarrollar esa fuerza, el discípulo podrá llegar a su meta; no importa el progreso que realice en un tiempo dado, sino que él busque seriamente su desarrollo. Muchos se han esforzado durante años enteros sin notar progresos apreciables; pero quienes no desesperaron, sino que permanecieron inquebrantables, súbitamente alcanzaron la "victoria interior.Sin duda, en muchas situaciones de la vida es necesario un gran esfuerzo para fijarse esos instantes de quietud interior, pero cuanto mayor sea este esfuerzo, tanto más importante será el resultado obtenido. En el discipulado todo depende de la energía, de la veracidad interior y de la absoluta sinceridad con que uno pueda situarse frente a sí mismo con todas sus acciones, como si se tratara de algún extraño.

LA VIDA DEL ALMA

Pero este nacimiento del propio ser superior representa solamente un aspecto del esfuerzo interior; es necesario dar otro paso más. Aunque el hombre practique el situarse frente a sí mismo como si fuera otra persona, no deja de observarse solamente a sí mismo: contempla las experiencias y acciones con las que se halla estrechamente unido por las condiciones peculiares de su vida. Pero él debe elevarse sobre este nivel, a lo puramente humano, que nada tiene que ver con su situación particular; pasar a la contemplación de aquello que le afectaría como ser humano, aunque viviera en circunstancias y en una situación enteramente distintas. De esta manera suscita en sí mismo algo que se eleva sobre lo puramente personal, y le hace dirigir la mirada hacia mundos más elevados que aquellos con que le relaciona la vida cotidiana. El hombre comienza así a sentir y a darse cuenta de que pertenece a tales mundos superiores, acerca de los que nada pueden enseñarles sus sentidos ni sus ocupaciones cotidianas, y de este modo va trasladando a su interior el centro de su ser.Presta atención a las voces internas que le hablan en los momentos de quietud; se halla en íntima comunión con el mundo espiritual; se ha apartado de la vida cotidiana; cesan los ruidos de esa vida, y el silencio reina en torno suyo; rechaza todo lo que le hace recordar las impresiones del mundo externo. La calma interna de la contemplación y el diálogo con el mundo puramente espiritual llenan toda su alma.Esta contemplación en quietud debe convertirse en necesidad natural de la vida del discípulo. Al principio, se halla sumergido en un mundo de pensamientos, pero tiene que desarrollar un vivo sentimiento para esta tranquila actividad pensante; debe aprender a amar lo que el Espíritu hace fluir en su ser. Pronto dejará de considerar este mundo de sus pensamientos como menos real que las cosas de la vida cotidiana que le rodean; comienza a vivir con sus pensamientos como lo hace con los objetos del espacio.Y así se le acerca el momento en que empieza a sentir que lo que se le revela en el íntimo trabajo del pensamiento es algo mucho más elevado, más real que las cosas materiales del espacio; se percata de queden este mundo del pensamiento hay algo que posee vida; comprende que los pensamientos no son simples imágenes vanas, sino que, a través de ellos, le hablan entidades ocultas.Desde el silencio, empieza a escuchar algo como un lenguaje. Antes, percibía sonidos mediante su oído físico solamente, ahora resuenan en su alma. Se le ha revelado un lenguaje, un verbo interior. El discípulo experimenta la mayor felicidad cuando vive por vez primera este instante. Una luz que emana de lo íntimo de su ser se derrama sobre todo su mundo exterior; una segunda existencia comienza para él; le inunda la corriente de un sublime mundo divino.Esta vida del alma en el pensamiento, que se va ampliando hasta convertirse en una vida de esencialidad espiritual, se llama en la gnosis y en la ciencia espiritual meditación -reflexión contemplativa. Esta meditación es el medio para adquirir el conocimiento suprasensible. Mas en tales momentos el discípulo no debe abandonarse al goce de sentimientos ni tener en su alma emociones indefinidas, lo que le impediría alcanzar el verdadero conocimiento espiritual. Sus pensamientos deben adquirir perfiles claros, concisos, bien definidos.En este esfuerzo encontrará apoyo si no se abandona ciegamente a los pensamientos que se le ocurran; más bien, deberá compenetrarse de los pensamientos elevados que hombres evolucionados, y ya sumergidos en el Espíritu, han concebido en tales momentos. Deberá tomar como punto de partida los escritos que tienen su origen en semejante revelación obtenida por la meditación. Los encontrará en la literatura mística, gnóstica, o en la de la ciencia espiritual moderna. También en el espacio virtual de esta página Web. Aquí se ofrece al discípulo material para su meditación. Los propios investigadores del Espíritu han depositado en tales espacios los pensamientos de la ciencia divina; el Espíritu los ha dado a conocer al mundo por medio de sus mensajeros.Mediante estas meditaciones se produce una total transformación del discípulo. Comienza a formarse conceptos enteramente nuevos acerca de la realidad; todas las cosas adquieren para él un valor nuevo. Nunca se acentúa lo suficiente que esta transformación no convertirá al discípulo en apartado de la realidad: de ninguna manera lo alejará de sus deberes cotidianos, pues comprenderá que la acción más insignificante que tenga que cumplir, la experiencia de menor importancia que se le ofrezca, guardan relación con las grandes entidades cósmicas y los acontecimientos universales. Cuando, por medio de sus instantes de contemplación, haya llegado a ver claramente dicha relación, se dedicará a sus ocupaciones diarias con nuevas y mayores fuerzas, porque ahora sabe que su trabajo y sus sufrimientos los realiza y los sufre por la vasta relación cósmico/espiritual. Fuerza para la vida y no indiferencia es lo que nace de la meditación.La vida del discípulo se desarrolla a pasos seguros; él se mantiene erguido sea cual fuere lo que la vida le depare. Antes ignoraba por qué trabajaba o sufría; ahora sí lo sabe. Es obvio que este trabajo meditativo conduce más seguramente a la meta si se practica bajo la guía de personas experimentadas, quienes por sí mismas saben cómo se debe proceder mejor. Escúchese, pues, el consejo y las instrucciones de semejantes personas con lo que realmente no se pierde la libertad de actuar. Lo que, de otra manera, no sería más que andar a tientas, se convierte bajo tal dirección en un trabajo preciso.Quien acuda a personas que tengan conocimiento y experiencia en este dominio, nunca tocará en vano a su puerta. Debe tener presente, sin embargo, que busca solamente el consejo de un amigo y no la superioridad de alguien que quiera dominarlo. Siempre se comprobará que los que verdaderamente saben son los hombres más modestos, y que nada es más ajeno a su naturaleza que la llamada ambición de poder.Quien, por medio de la meditación, se eleva a lo que le une con el Espíritu, comienza a dar vida a lo que es eterno en él y que no está delimitado por el nacimiento y la muerte. Sólo puede dudar de tal ser eterno el que no lo conoce por experiencia propia. La meditación es el camino que conduce al hombre al conocimiento, que incluye la visión del núcleo de su ser eterno e indestructible; y sólo mediante la meditación puede el hombre llegar a esta visión.La gnosis y la ciencia espiritual hablan de lo eterno de este núcleo del ser humano y de su reencarnación. Muchas veces se pregunta: ¿por qué el hombre no sabe nada de lo experimentado más allá del nacimiento y de la muerte? No es así como debiera formularse la pregunta, sino: ¿Cómo se puede adquirir tal conocimiento? En la meditación adecuada se abre el camino. Mediante ella, se suscita la memoria de lo vivido más allá del nacimiento y de la muerte. Cada uno puede adquirir este saber, cada uno puede desarrollar las facultades de conocer y de ver por sí mismo, lo que enseñan la mística genuina, la ciencia espiritual, la antroposofía y la gnosis; sólo tendrá que elegir los medios adecuados.Únicamente un ser dotado de oídos y de ojos puede percibir los sonidos y los colores; pero nada percibiría el ojo, si faltara la luz que hace visible los objetos. La ciencia oculta ofrece los medios para desarrollar los oídos y los ojos espirituales y para encender la luz espiritual. Los medios de enseñanza espiritual pueden designarse como compuestos de tres grados:1. La etapa preparatoria, en que se desarrollan los sentidos espirituales.2. La iluminación, que enciende la luz espiritual.3. La iniciación, que conduce a la comunicación con las entidades espirituales superiores.